Cientos.
¡Qué digo cientos! Miles. ¡Qué digo miles! Millones de pájaros hambrientos,
frenéticos en sus jaulas. Removiéndose
inquietos, esperando con ansia ser liberados para poner fin a su agonía.
Observando cómo se consumen tras los barrotes…
Nunca he
entendido por qué las personas se empeñan en encerrar a esos pobres pájaros en
una jaula. Quizás tienen envidia. Envidia de que ellos no tienen ataduras.
Envidia de que ellos pueden cantar cuando quieran. Envidia de que pueden volar
a donde quieran.
No sé con
certeza si los humanos hemos sido realmente libres alguna vez. Pero, si en un
futuro lo somos, entonces las únicas jaulas en las que nos veremos prisioneros,
serán en las que nosotros mismos nos encerremos. Podremos ser esclavos de
nuestras palabras. Sin embargo, tenemos derecho a librarnos de ellas. Tenemos
derecho a coger aire y expresarnos con libertad. Las palabras fluyen de nuestra
boca, imparables como un torrente.
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