jueves, 28 de enero de 2016

Soy la dulzura que se esconde en la locura...

No me gusta que el mundo gire tan deprisa. Soy más de las que hacen las cosas despacio, de las que saben apreciar la calma. Soy el trueno en lugar del rayo. Aparezco tarde, sí, pero causo un tremendo impacto. 
Soy la dulzura que se esconde en la locura. Soy la adrenalina provocada por el miedo, esa intensidad difícil de manejar.

Soy la noche más larga del verano que disfrutas cuando llega y a la que echas de menos cuando se marcha. Soy esa noche en la que cometes errores y, aún así, no te arrepientes porque merece la pena volver a cometerlos.

Soy lo opuesto a la cordura y la razón. Soy el último verso de tu poema incompleto.

Soy el enigma encerrado en ti que solías descifrar. Soy el sueño de cada noche que recuerdas cada mañana. También soy el camino de seda por el que solías pasear.

Soy esa pequeña mota de polvo invisible impregnada en tu camisa. Soy tu canción favorita, el sonido de la lluvia en los cristales, la sonrisa que destaca, el suspiro que no se detiene.

Y también soy frágil, humana y con sentimientos.

<<Quien no encaja en el mundo, está cerca de encontrarse a sí mismo>>, Hermann Hesse.

jueves, 21 de enero de 2016

La mala suerte no existe

Aquí me tienes. Escondida y aterrada. Justo donde querías. Me persigues como si fueras el gato negro de la mala suerte que me acecha a cada paso.  Eres parte de la sal que se queda en el salero derramado sin sentido y eres la escalera infinita por la que paso debajo todos los días.

Aquí me tienes. Sentada en un rincón apartado de la ciudad. Maldiciendo mi suerte. Porque la mala suerte no me abandona, no desaparece. La mala suerte se queda a vivir conmigo cada vez que vislumbro tu cara en las esquinas.  No hay más mala suerte que recaer en ella una y mil veces. Porque mi mala suerte es verte y volver a perderme, es olvidarte para volver a recordarte y es temblar al rozarte en ese segundo eterno.

Entonces me doy la vuelta y me doy cuenta de que no puedo culparte. Que la única responsable de estos días negros quizás sea yo. Que la mala suerte sólo depende de mí. Podría haber subido esa escalera que llevaba a la luna pero decidí pasar por debajo; podría haber esquivado ese gato negro pero decidí seguir caminando y cruzármelo; podría haber controlado mi pulso alocado para que mi mano temblorosa no hubiera hecho caer ese maldito salero.

Al final reconoces que la mala suerte no existe, que sólo existes tú, tu pasado y tus decisiones. Que sólo depende de ti y de la actitud que adoptes, cómo sea el día, si gris o de color, si monótono y aburrido o tomártelo como un desafío. Y que claro que la mala suerte nos hace una visita de vez en cuando, pero lo único que tienes que hacer es cambiarla y tachar el “mala” para sólo quedarte con “suerte”.


<<La mala suerte no existe. Es algo que nos creemos, una escapatoria. En realidad llamamos infortunio a la conjunción negativa de hechos que no hemos sido capaces de prever>>, Chris Amon.

viernes, 15 de enero de 2016

Carcajadas improvisadas

Se puede predecir el momento exacto en el que te enamoras:

Un delicado roce. 
Una suave caricia. 
Un cálido aliento. 
Un despistado susurro. 
Un desesperado abrazo. 
Un peligroso beso.

El mundo se para cuando te intentas buscar a ti mismo en los ojos del otro y lo consigues, cuando encuentras emoción y fascinación en su mirada, cuando te provoca carcajadas improvisadas.


Y el mundo desaparece a tu alrededor cuando te fundes en ese abrazo infinito. Ese que, cuanto más fuerte y firme es, más seguro hace que te sientas. Sabes que le necesitas cuando sus brazos son los únicos que te protegen de la frialdad de la vida. Sabes que te hace falta para que todo vaya bien cuando es la persona en la que piensas mañana, tarde y noche, estés contento o triste, lo estés pasando bien o mal, te estés divirtiendo o aburriendo...

Y cuando llega la hora de irte, parece que el tiempo que has pasado con esa persona tan sólo haya sido unos segundos robados. Necesitas más tiempo; un tiempo que ya no vuelve. 

Demasiado rápido para que fuera cierto.

El momento pasa en un abrir y cerrar de ojos. A la mañana siguiente, se te antoja como un sueño, como algo demasiado surrealista. Porque no estamos acostumbrados a querer de esa manera. Dejamos esos sentimientos para los libros y las películas. 

Demasiado bonito para ser verdad; demasiado rápido para que fuera cierto.

Tan altas expectativas, para luego ni darte cuenta de que ese momento fugaz que has vivido era real. 


<<Sin amor estaríamos como niños perdidos en la inmensidad del cosmos>>, José Ortega y Gasset.

miércoles, 6 de enero de 2016

Simplemente gracias. A papá y a mamá

Año tras año en la misma situación. Ilusionado y encaprichado con tal o cual juguete. Un juguete que sabes que vas a usarlo esa semana y para de contar. Pero aún así lo quieres. Lo has visto en la tele y se te ha metido por los ojos.

Entonces llega la charla de papá y mamá para intentar convencerte de que no te pidas ese juguete: “Cariño, es muy caro y los Reyes tienen muchos niños a los que comprarles regalos; además, ya tienes algo parecido en casa”. A lo que tú respondes, impaciente: “Los Reyes Magos son ricos y pueden traerme cualquier cosa que yo les pida”.

Este es el primer paso. Tú te enfurruñas porque crees que papá y mamá escribirán a escondidas otra carta en la que convencerán a los Reyes para que no te traigan tu dichoso juguete. Pero, claro, tú sigues tan empeñado que hasta a tus pobres padres les das pena y se tragan que te gusta de verdad. Entonces llega el día y ves bajo el árbol tu querido juguete y la sonrisa tonta de tus padres cuando abres el regalo con ojos chispeantes.

Y pasan los años. Sabes que cierta magia se ha perdido, que has dejado atrás una parte importante de tu vida que sabes que no vas a recuperar. Pero intentas seguir adelante. Lo haces por los más pequeños de la familia: tus hermanos, tus primos, etc. Aparentas la emoción justa y necesaria y te sorprendes en los momentos adecuados.

Empiezas a dejar de pedirte cosas que te parecen absurdas y piensas en lo que dirían papá y mamá. Es más, hay ocasiones en las que ni siquiera te apetece pedirte nada. ¿Para qué? Si nuestros padres nos lo dan todo cada día. Nos compran lo que necesitamos y nos dan dinero para lo que no necesitamos y que se nos antoja.

Estos días no son tiempo de pedir, sino de dar las gracias. Recuerdo que la primera vez que les deleité a mis padres con un “gracias” sincero, fue el primer año después de que me enterara que los Reyes eran tan sólo una bonita ilusión. A pesar de que ese año sabía que ellos eran los que compraban los regalos, me emocioné cuando desenvolví algo que estaba segura de que no iba a tener entre mis manos. Les susurré un “gracias” disimuladamente para que mi hermana pequeña no se diera cuenta de nada y les abracé.

Agradecer nunca está de más y qué mejor que hacerlo con aquellas personas que darían la vida por nosotros, que nos cuidan y se preocupan cada día aunque a veces nos resulten insoportables.







<<Mis padres me enseñaron la importancia de las personas sobre los objetos materiales>>, Randy Pausch.