miércoles, 6 de enero de 2016

Simplemente gracias. A papá y a mamá

Año tras año en la misma situación. Ilusionado y encaprichado con tal o cual juguete. Un juguete que sabes que vas a usarlo esa semana y para de contar. Pero aún así lo quieres. Lo has visto en la tele y se te ha metido por los ojos.

Entonces llega la charla de papá y mamá para intentar convencerte de que no te pidas ese juguete: “Cariño, es muy caro y los Reyes tienen muchos niños a los que comprarles regalos; además, ya tienes algo parecido en casa”. A lo que tú respondes, impaciente: “Los Reyes Magos son ricos y pueden traerme cualquier cosa que yo les pida”.

Este es el primer paso. Tú te enfurruñas porque crees que papá y mamá escribirán a escondidas otra carta en la que convencerán a los Reyes para que no te traigan tu dichoso juguete. Pero, claro, tú sigues tan empeñado que hasta a tus pobres padres les das pena y se tragan que te gusta de verdad. Entonces llega el día y ves bajo el árbol tu querido juguete y la sonrisa tonta de tus padres cuando abres el regalo con ojos chispeantes.

Y pasan los años. Sabes que cierta magia se ha perdido, que has dejado atrás una parte importante de tu vida que sabes que no vas a recuperar. Pero intentas seguir adelante. Lo haces por los más pequeños de la familia: tus hermanos, tus primos, etc. Aparentas la emoción justa y necesaria y te sorprendes en los momentos adecuados.

Empiezas a dejar de pedirte cosas que te parecen absurdas y piensas en lo que dirían papá y mamá. Es más, hay ocasiones en las que ni siquiera te apetece pedirte nada. ¿Para qué? Si nuestros padres nos lo dan todo cada día. Nos compran lo que necesitamos y nos dan dinero para lo que no necesitamos y que se nos antoja.

Estos días no son tiempo de pedir, sino de dar las gracias. Recuerdo que la primera vez que les deleité a mis padres con un “gracias” sincero, fue el primer año después de que me enterara que los Reyes eran tan sólo una bonita ilusión. A pesar de que ese año sabía que ellos eran los que compraban los regalos, me emocioné cuando desenvolví algo que estaba segura de que no iba a tener entre mis manos. Les susurré un “gracias” disimuladamente para que mi hermana pequeña no se diera cuenta de nada y les abracé.

Agradecer nunca está de más y qué mejor que hacerlo con aquellas personas que darían la vida por nosotros, que nos cuidan y se preocupan cada día aunque a veces nos resulten insoportables.







<<Mis padres me enseñaron la importancia de las personas sobre los objetos materiales>>, Randy Pausch.

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