jueves, 29 de octubre de 2015

Pájaros de palabras

Cientos. ¡Qué digo cientos! Miles. ¡Qué digo miles! Millones de pájaros hambrientos, frenéticos  en sus jaulas. Removiéndose inquietos, esperando con ansia ser liberados para poner fin a su agonía. Observando cómo se consumen tras los barrotes…

Nunca he entendido por qué las personas se empeñan en encerrar a esos pobres pájaros en una jaula. Quizás tienen envidia. Envidia de que ellos no tienen ataduras. Envidia de que ellos pueden cantar cuando quieran. Envidia de que pueden volar a donde quieran.

No sé con certeza si los humanos hemos sido realmente libres alguna vez. Pero, si en un futuro lo somos, entonces las únicas jaulas en las que nos veremos prisioneros, serán en las que nosotros mismos nos encerremos. Podremos ser esclavos de nuestras palabras. Sin embargo, tenemos derecho a librarnos de ellas. Tenemos derecho a coger aire y expresarnos con libertad. Las palabras fluyen de nuestra boca, imparables como un torrente.

Si los ojos son el espejo del alma, las palabras son nuestra más letal arma y, por eso, sí de algo estoy segura es de que prefiero arrepentirme de lo que digo que de lo que no digo.

<<La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír>>, George Orwell.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Perdidos entre las sábanas, se encontraron en la misma almohada

El agua golpeaba los cristales de la ventana. Miles de gotas galopando casi al mismo ritmo, luchando por ser las primeras. Los suspiros de ella se entremezclaban con el sonido de la lluvia. Él se removió en la cama y se encontró con esos ojos que tanto anhelaba en sus sueños. Ella, sentada frente a él, pensando. Pensando en todo y en nada, en mucho y en poco, en un presente, en un pasado y en un futuro. Pero en todos sus pensamientos, él estaba incluido.

Él solía llamarla la incertidumbre personificada. Su arma defensiva eran las palabras. Podría escudarse en el enfado para que el hecho de apartarse de él fuera menos doloroso.

El viento soplaba y la lluvia aumentaba. La tormenta no había hecho más que empezar y amenazaba con entrar en aquella habitación oscura. De repente, él posa una mano sobre su hombro. Se ha levantado y la acaricia suavemente. La sensación de calma llega inevitablemente, como la ráfaga de luz que entra por la ventana. Esa caricia había calado cada uno de sus huesos llegando hasta su alma. Perdidos entre las sábanas, se encontraron en la misma almohada.


Cada una de las gotas de agua que corrían por la ventana, eran las lágrimas que ella había derramado.  Otro rayo de luz, tan brillante como los ojos de ella, le recordó a él que no era quién para robarlo. Se maravilló y se juró a sí mismo que jamás dejaría que en ella se volviera a apagar ese rayo por culpa de su incertidumbre.

<<…como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto más infames fueran los agravios>>, Horacio Quiroga.

sábado, 17 de octubre de 2015

Lo que la quería, era proporcional al daño que la hacía

Él sabía de sobra la fila de corazones que aguardaban tras de sí, esperando a ser partidos. Todos esos corazones flotaban a su alrededor, esperanzados y ajenos al dolor que les causaría esa espera. Impacientes por ver cuál sería el siguiente. Porque él siempre iba en busca de más. Uno. Y otro. Y otro más.

Y luego estaba ella. No se había retirado a tiempo y había caído en sus redes. Caminaba por las calles de la capital, tan solitarias como ella misma. Desde que su corazón no tuvo que esperar más, desde que se fue destrozado y magullado, sus sentimientos se habían escondido tras su propia sombra.

Ella sabía que él andaba cerca, acechando cada paso que daba. Por primera vez desde entonces, ella sonrió. Era una sonrisa sarcástica y sin sentimiento pero, al fin y al cabo, era una sonrisa. Sin darse la vuelta, ella sabía con exactitud cómo se sentía su antiguo amor. Solo y vacío. Pero solo de verdad y no como ella. Porque no es lo mismo ser solitario que estar solo. Porque no es lo mismo que te hayan partido el corazón a que el peso de mil corazones partidos recaiga sobre tu conciencia.

Él daba tumbos. Estaba perdido y desorientado. Avanzaba sin ver, corría sin levantar los pies del suelo y se acercaba aún más a ella. Estaba atraído por la sombra de sentimientos que ella arrastraba.

Entonces ella empezó a sentir otra vez. Primero lástima, luego tristeza y finalmente… el amor que había sentido, el que se había refugiado en un pequeño recoveco de su particular corazón.

Él, casi moribundo, la vio. Su resplandor le hizo darse cuenta de todo el daño que la había hecho. Todo lo que él la quería había sido proporcional al daño que la hacía. La debía de querer una infinidad, porque la había hecho un daño infinito.

Al darse cuenta de que sus caminos estaban a punto de volver a cruzarse, ella le dijo, impidiendo que diera un paso más:

-Hola. Bienvenido a la carretera del olvido, donde todos tus corazones destrozados te persiguen. ¡Huye! Huye mientras puedas y no vuelvas… Es tarde para quererme, porque todo el amor que sentía, te lo llevaste una vez contigo.

<<Amor se llama el juego en el que un par de ciegos juegan a hacerse daño>>, Joaquín Sabina.

jueves, 8 de octubre de 2015

Una historia cualquiera

Lo ves, lo vives, lo imaginas. Lo haces tuyo. Te detienes en un punto. Reflexionas. Lloras o ríes, da igual, lo importante es que estás empapado de él. Vivís millones de historias juntos. Todas distintas. Todas iguales. Llega un momento en el que quieres y no puedes. Quieres seguir viviendo, pero te das cuenta de que la historia acabó. Le acaricias y le sientes, le deseas buenas noches y te despides prometiendo volver a verle. El sueño vence, Morfeo es caprichoso y desea que duermas. Pero no acaba ahí, porque al día siguiente llega otro, casi por casualidad, sin saber que está predestinado para que tú le descubras. Y vuelta a empezar, harás lo mismo con todos y cada uno de ellos. Te metes en sus vidas siendo un intruso pero lo más bonito es que con cada uno de ellos todavía sientes la emoción de tu primer amor, de tu primera historia.

Algunos pueden tacharte de loco, como a Don Quijote, pero así es como se mantiene vivo a un libro. Sin embargo, no te olvidas de ninguno, no tienes ni idea de las partes en las que tu corazón puede llegar a dividirse para albergar tantos momentos, imaginarios para unos, pero tan reales para ti. Lo mejor de todo, es que un libro no te falla, es tu más fiel aliado. Aunque, para que eso ocurra, debes escoger bien. Y no hay nada más placentero que leer, que encontrar los mejores amigos de tu vida, porque hay muy pocas personas que puedan hacerte sentir lo mismo que sientes cuando lees.


<<Los libros son puertas que te llevan a la calle. Con ellos aprendes, te educas, viajas, sueñas, imaginas, vives otras vidas y multiplicas la tuya por mil>>, Arturo Pérez Reverte.

jueves, 1 de octubre de 2015

No hay verano sin invierno

Sólo se necesita un segundo para enamorarse de una persona, pero mucho más se necesita para darse cuenta de ello. Sólo un segundo para enamorarse… y sólo un segundo para que se pierda la ilusión.

El tiempo es oro, pero no es oro todo lo que reluce. Las tardes de verano en las que el cielo azul está tan despejado, que no hay ni una nube que nuble tu vista. El sol brilla más que en cualquier otro momento. Las calles soleadas están llenas de vida y de color. No te preocupa que llegue la noche, pues las estrellas son tan grandes y brillantes que imaginas poder tocarlas con los dedos. La luna te mira y te invita a jugar.

El tiempo corre y si tú no corres, te quedas atrás. Estancado en un pasado del que no regresas. Atrapado en el mundo de los sueños y encerrado en tu pequeña mentira. El verano no es eterno. Aceptas que haya alguna que otra tormenta pero ya está. No estás dispuesto a creer en nada más. El frío puede contigo. El invierno vence al verano y te cala hasta los huesos.

Un día te dice te quiero y al siguiente, si te he visto no me acuerdo. ¿Qué hacer? Llorar y mezclar las lágrimas con las frías gotas de lluvia. Llorar hasta darse cuenta de que en casa te espera una ducha de agua caliente y una taza de café. Intentar respirar aunque cueste y vuelta a empezar. Porque no hay verano sin invierno y no hay mal que mil años dure.

<<Los pájaros saben que no hay invierno que dure cien años y que, al pasar la tormenta, la primera semilla que brota es el sol>>, Francisco Morales Santos.