miércoles, 21 de octubre de 2015

Perdidos entre las sábanas, se encontraron en la misma almohada

El agua golpeaba los cristales de la ventana. Miles de gotas galopando casi al mismo ritmo, luchando por ser las primeras. Los suspiros de ella se entremezclaban con el sonido de la lluvia. Él se removió en la cama y se encontró con esos ojos que tanto anhelaba en sus sueños. Ella, sentada frente a él, pensando. Pensando en todo y en nada, en mucho y en poco, en un presente, en un pasado y en un futuro. Pero en todos sus pensamientos, él estaba incluido.

Él solía llamarla la incertidumbre personificada. Su arma defensiva eran las palabras. Podría escudarse en el enfado para que el hecho de apartarse de él fuera menos doloroso.

El viento soplaba y la lluvia aumentaba. La tormenta no había hecho más que empezar y amenazaba con entrar en aquella habitación oscura. De repente, él posa una mano sobre su hombro. Se ha levantado y la acaricia suavemente. La sensación de calma llega inevitablemente, como la ráfaga de luz que entra por la ventana. Esa caricia había calado cada uno de sus huesos llegando hasta su alma. Perdidos entre las sábanas, se encontraron en la misma almohada.


Cada una de las gotas de agua que corrían por la ventana, eran las lágrimas que ella había derramado.  Otro rayo de luz, tan brillante como los ojos de ella, le recordó a él que no era quién para robarlo. Se maravilló y se juró a sí mismo que jamás dejaría que en ella se volviera a apagar ese rayo por culpa de su incertidumbre.

<<…como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto más infames fueran los agravios>>, Horacio Quiroga.

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