jueves, 22 de septiembre de 2016

Otoño



Así fue como te convertiste en mi otoño. 


Las hojarascas secas revoloteaban a mi alrededor.

Tú eras una más pero no una cualquiera. 



Querías volar libre, y lo hiciste. Eras esa hoja rebelde que tarda en secarse pero que vuela y se aleja lentamente, en silencio y dejando un rastro sordo.

Y yo, sin darme cuenta de que una hoja de un árbol perenne se colaba para colocarse a mi lado, a mis pies, esperando que la recogiera, dispuesta a consolarme y a la espera de un invierno frío.

En medio de la nada, como por arte de magia, ese trébol de cuatro hojas. Ese pequeño oasis que te da la vida, que te renace, que te hace resurgir de las cenizas.  En medio del caos, del desastre infinito, del inmenso estropicio.

Quizás no sea magia lo que necesito, ni siquiera suerte. Quizás sólo necesito ese empujoncito. O una copa de más. O unos gritos de mi mejor amigo para hacerme reaccionar.

Aún recuerdo nuestro último beso, el adiós definitivo, el punto y final de un otoño mediocre. Pero es un recuerdo difuminado por el paso del tiempo. Como un sueño al despertar, como los primeros años de la infancia, como ver a través de un vaso de cristal.

<<Estábamos, estamos, estaremos juntos. A pedazos, a ratos, a párpados, a sueños>>, Mario Benedetti.