jueves, 1 de octubre de 2015

No hay verano sin invierno

Sólo se necesita un segundo para enamorarse de una persona, pero mucho más se necesita para darse cuenta de ello. Sólo un segundo para enamorarse… y sólo un segundo para que se pierda la ilusión.

El tiempo es oro, pero no es oro todo lo que reluce. Las tardes de verano en las que el cielo azul está tan despejado, que no hay ni una nube que nuble tu vista. El sol brilla más que en cualquier otro momento. Las calles soleadas están llenas de vida y de color. No te preocupa que llegue la noche, pues las estrellas son tan grandes y brillantes que imaginas poder tocarlas con los dedos. La luna te mira y te invita a jugar.

El tiempo corre y si tú no corres, te quedas atrás. Estancado en un pasado del que no regresas. Atrapado en el mundo de los sueños y encerrado en tu pequeña mentira. El verano no es eterno. Aceptas que haya alguna que otra tormenta pero ya está. No estás dispuesto a creer en nada más. El frío puede contigo. El invierno vence al verano y te cala hasta los huesos.

Un día te dice te quiero y al siguiente, si te he visto no me acuerdo. ¿Qué hacer? Llorar y mezclar las lágrimas con las frías gotas de lluvia. Llorar hasta darse cuenta de que en casa te espera una ducha de agua caliente y una taza de café. Intentar respirar aunque cueste y vuelta a empezar. Porque no hay verano sin invierno y no hay mal que mil años dure.

<<Los pájaros saben que no hay invierno que dure cien años y que, al pasar la tormenta, la primera semilla que brota es el sol>>, Francisco Morales Santos.

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