jueves, 24 de septiembre de 2015

Ya nada es natural, todo se reduce a plástico y cristal

Vivimos en una sociedad que está saturada. Donde el ruido nos persigue como si de nuestra propia sombra se tratara. Hay días que tiraría el móvil contra la pared y ni me molestaría en ver si se ha roto. Vivimos rodeados de mensajes, de llamadas, de Whatsapp… y lo peor de todo es que lo necesitamos. Estamos enganchados a ellos como si fuera una droga. Nos vamos de vacaciones y lo único por lo que nos preocupamos, ya estemos en la playa o en la montaña, es de buscar un lugar donde la cobertura sea buena o haya Wi-fi.

La tecnología nos hace la vida más fácil, sí. Pero también más triste, más estresante, más agobiante, más vacía. 
Ahora las cosas ya no se dicen a la cara, sino a través de una pantalla. Se resta valor a los “te quiero” o los “te echo de menos”. Se dicen sin sentimiento, sólo son frías palabras escritas rápidamente. Ya casi lo hacemos sin pensar, como algo automático. ¿Dónde quedan esos románticos que se atrevían a decir esas peligrosas palabras mirando a los ojos de la otra persona? Si estás cara a cara, disfrutas de su reacción, la vives. En cambio, si se lo dices en un Whatsapp, sólo puedes imaginarte la cara de la otra persona. Y la imaginación no suele ser algo muy real. Ya nada es natural, todo se reduce a plástico y cristal.

<<El futuro de la tecnología amenaza destruir todo lo que es humano en el hombre, pero la tecnología no alcanza la locura, y es en ella donde lo humano del hombre se refugia>>, Claire Lispector.

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