Eras como
esa pequeña estrella perdida en medio del amanecer. No tienes ni idea de qué
haces ahí. Sabes que ese no es tu sitio, pero aún así te quedas. Intentas
brillar más que el Sol, pero acabas desvaneciéndote al alba.
Seguiste esa
rutina, apareciendo sin preguntar y desapareciendo como si nada. Conseguiste
forjarte ese aura misteriosa que tanto me atraía. Eras tan impredecible como
increíble. Hasta que tu estrella dejó de brillar en aquella tormenta de verano.
Me dejaste
siendo una niña asustada, como la que ha perdido su peluche favorito. Ese con
el que solía dormir y al que me abrazaba en las noches de lluvia.
Ni tú ni yo
queríamos. Ni siquiera lo predecíamos. Yo siempre escuchando la misma música
mientras tú te ibas con la música a otra parte. Hundida en mis propios
recuerdos; acabé profundizando tanto en ellos que la corriente me llevó por
delante. Imparable. Arrasando con las pocas ganas que me quedaban de confiar
en ti.
Pensé que
volverías, que volverías por mí. Porque, a pesar de que nuestras piezas no
encajen y que nuestras metas no se compartan, he guardado en mi mente un hueco
especialmente dedicado a ti.
Cada uno se
arruina la vida como quiere.
Y yo me la arruiné apostando por ti.
<<He decidido apostar por el amor. El odio es una carga demasiado pesada>>,
Martin Luther King.
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