La vida se
detiene. Un segundo. Tan solo un segundo. Ya no queda nada. Lo que antes tanto
te importaba ha cambiado. Porque si hay algo seguro es que nada es seguro,
porque nada es permanente y lo que en su momento llegó no era para quedarse.
Pero la veo
con esa sonrisa siempre puesta. Su mayor mecanismo de defensa para este mundo
cruel, absurdo y sin sentido; su mayor armadura luminosa contra este cielo gris
de tormenta.
Quédate con
esa, con la de sonrisa permanente, con la que sabes que la vida será más dulce
y divertida; al igual que ella.
Quédate con
esa que es capaz de atrapar los instantes de felicidad, aunque sea con un
cuentagotas, con la que los aprovecha al máximo y se para en mitad de la calle
para bailar bajo la lluvia.
Quédate con
la que se rinde y la tierra la traga; pero es la que se supera a sí misma, se
pone de nuevo en pie y sigue su camino.
Quédate con
la que no se valora y el océano la ahoga; pero es la que logra salir a la
superficie y continúa nadando.
Quédate con
la que acalla sus miedos con una sonrisa, con la que ríe de todo y no le busca
nunca un por qué.
Si algo
he aprendido de los cuentos de hadas es que la esperanza es lo último que se
pierde y que siempre le depara un final feliz al héroe de cada historia.
“Quien
piensa en fracasar, ya fracasó antes de intentar; quien piensa en ganar, lleva
un paso adelante”, Sigmund Freud.
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