Y mientras yo, al borde del
precipicio, siempre sintiendo esa presencia detrás de mí. Tu presencia. Era como si me
empujaras con un suave toque y yo me precipitara al vacío. Como si fueras el
único impulso que yo necesitaba para saltar.
Tú no
entendías que cuando me miras así, de esa forma tan intensa, el agujero negro
de tus pupilas me engullía.
No huí, tan
solo intenté encerrarme en mí misma. Pesando mis emociones en una balanza,
midiéndolas con un metro para saber cuáles podía mostrar y cuáles debía
guardar. Y así pasa, que de tanto controlarlas, se vuelven inexistentes.
Ya no hay
emociones, ya no hay sentimientos. Ya no duele ni quema por dentro.
El temblor
desaparece y puedo caminar lentamente, contando cada uno de los pasos que me
llevan a alejarme de ti. Y esa agonía que me invadía, ahora se ha convertido en
humo.
Aunque lo
admito. Si te miro, aún puedo recordar esa emoción, ese fuego, ese temblor…
pero se ha quedado en un recuerdo y los malos recuerdos, al igual que las
pesadillas, desaparecen con el tiempo.
<<La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los
buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado>>,
Gabriel García Márquez.
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