Estamos rodeados de magia y aún así no la sentimos. Pendientes
de una ilusión imaginaria que sigue
presente en los más pequeños de la casa. Ellos son los que, verdaderamente, disfrutan
y nos hacen disfrutar estos días.
Parece fácil hacer retroceder esas manecillas de tu reloj de
mesilla. Volver al punto exacto de tu vida en la que no te detienes demasiado a
pensar en lo que haces. Ese momento en que veías tu inocencia reflejada en un
charco de agua. Esos años en los que te enfadabas por cualquier tontería y era otra
tontería más grande la que te hacía feliz. Una piruleta era tu mayor tesoro, te
creías el rey del castillo de arena que hacías con tus padres en la playa y tu
único miedo era la oscuridad.
Pero los años pasan para todos, el tiempo es cruel a su
manera y no espera que lo entiendas.
Nos sentimos pequeños en un mundo tan grande, pero hemos
dejado de serlo. Ahora los enfados son duraderos. Ahora ser inocente no es
agradable. La oscuridad ya no te asusta
tanto y es el montón de hojas que tienes memorizar lo que te preocupa ahora.
Cuando creces, los problemas crecen contigo. Cada problema
peor que el anterior y tendemos a ahogarnos en un vaso de agua. Irremediablemente.
Sin poder controlarnos.
Sí, ya no somos niños y tenemos que aprender a adaptarnos a
este mundo que cambia cada día a pasos agigantados. Pero que hayamos dejado de
ser niños no significa que no debamos seguir sintiéndonos jóvenes. Mantén la mente
fría y el corazón caliente; que tu mente tenga tantos conocimientos como sueños
y que tu corazón siga latiendo con ilusión.
<<Lo maravilloso de la infancia es que cualquier cosa es en ella una
maravilla>>, Gilbert Keith Chesterton.
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