Vivimos en
una sociedad que está saturada. Donde el ruido nos persigue como si de nuestra
propia sombra se tratara. Hay días que tiraría el móvil contra la pared y ni me
molestaría en ver si se ha roto. Vivimos rodeados de mensajes, de llamadas, de
Whatsapp… y lo peor de todo es que lo necesitamos. Estamos enganchados a ellos
como si fuera una droga. Nos vamos de vacaciones y lo único por lo que nos
preocupamos, ya estemos en la playa o en la montaña, es de buscar un lugar
donde la cobertura sea buena o haya Wi-fi.
La
tecnología nos hace la vida más fácil, sí. Pero también más triste, más
estresante, más agobiante, más vacía.
Ahora las
cosas ya no se dicen a la cara, sino a través de una pantalla. Se resta valor a
los “te quiero” o los “te echo de menos”. Se dicen sin sentimiento, sólo son
frías palabras escritas rápidamente. Ya casi lo hacemos sin pensar, como algo
automático. ¿Dónde quedan esos románticos que se atrevían a decir esas
peligrosas palabras mirando a los ojos de la otra persona? Si estás cara a
cara, disfrutas de su reacción, la vives. En cambio, si se lo dices en un Whatsapp,
sólo puedes imaginarte la cara de la otra persona. Y la imaginación no suele
ser algo muy real. Ya nada es natural, todo se reduce a plástico y cristal.
<<El futuro de la tecnología amenaza destruir todo lo que es humano en el
hombre, pero la tecnología no alcanza la locura, y es en ella donde lo humano
del hombre se refugia>>, Claire Lispector.