Mírame.
Mírame y dispara
si puedes. Si te atreves. Si ya no me quieres.
Mírame y
miénteme. Porque puedo llegar a creerte, porque quiero creer que no es cierto,
que el mundo no es real y que yo no estoy loca.
Mírame.
Y sólo con
la mirada pídeme que nos fuguemos, que escapemos, que corramos hacia ningún
lado. Que nos choquemos y nos aferremos el uno al otro. Que me cojas de la mano
y sigamos corriendo. Que yo no tengo miedo, que a tu lado no sé ni qué es eso.
Mírame.
Quiero que
te enfades, que grites y que rabies, y también ser yo la única que te calme.
Mírame y dime que me quieres, que sin mí te mueres y que me necesitas un
poquito más cada día.
Entonces
será cuando yo cierre los ojos, los apriete bien fuerte, descubra que el lugar
más cálido se encuentra entre tus brazos y desee no despertarme nunca de este sueño.
Un sueño en el que me confías tus secretos, en el que yo puedo sentirme
protegida y querida.
Pero supongo
que el mar todo lo borra.
Yo mirando y
admirando desde la distancia; tú en tus continuos paseos por la playa y en ese
amanecer perdido por el que te alejabas. Caminando
entre piedras sin rumbo fijo, regalándome una solitaria caracola; fue cuando
acabamos perdidos entre las olas.
<<La calma absoluta no es la ley del océano. Lo mismo ocurre en el océano
de la vida>>, Paulo Coelho.
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