Todo en él
era peligroso. Desde sus ojos color azabache hasta su chaqueta negra de cuero.
Se notaba en el viento colándose por la fina rendija de la ventana. Se notaba incluso
en la noche misma. Se notaba que estaba cerca. Sin embargo, hay noches
oscuras que calman. Y hay almas libres allá donde vayas.
Así eras,
libre, caminando hacia donde te llevaba el viento. Compartías caricias con
quien te las pedía. Podías pasarse las noches enteras en vela, de fiesta o
mirando las estrellas.
Pero cambiaste
tus noches perdidas por ella. Le dedicaste el tiempo que merecía, le regalaste
esas noches y esos días. Llegó a creerte mientras dormía, mientras pasabas tus
dedos por su espalda, susurrando que era la única a la que querías.
Ahora te
mira y no te reconoce. Cambiaste sus besos por copas bien cargadas, sus abrazos
por bailes solitarios y su cuerpo por la alargada barra del bar.
Ella no es
melancólica, no le gusta mirar al pasado, no es de las que echan la vista atrás
ni viven estancadas en algo que ya fue. Pero con contigo es distinto. Distinto
porque le gustaba la forma en la que tus labios temblaban de emoción al
pronunciar su nombre; la forma en la que tus pupilas se dilataban cuando la
mirabas; la forma en la que tus dedos se entrelazaban casualmente con los tuyos
y decidías no apartarlos.
Así de fácil
era, así de complicado lo hiciste. Ya no quieres pronunciar su nombre, ni que te
pille observándola, ni siquiera que vuestros dedos se rocen. Dices que no debes
depender de nadie, que ella es la peligrosa. Dices que engancha como una droga
y que ya no eres el mismo. No te das cuenta de que el cambio es bueno.
<<Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja,
y que la vida sólo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad. No nos
contaron que ya nacemos enteros, que nadie en nuestra vida merece cargar en las
espaldas la responsabilidad de completar lo que nos falta>>, John
Lennon.