Si hay algo
que nadie nos puede quitar, eso son los recuerdos, las experiencias, los
bailes, los besos, las charlas, los pelos de punta… Pero para tener recuerdos,
primero hay que crearlos. Y qué mejor que hacerlo con locura.
Vivir lo que
nadie vive, sentir todas las emociones como si fueran nuevas, gritar ante el
miedo, callarnos los silencios, llorar de la risa, correr con adrenalina,
movernos sin prisa.
Y que lo
mejor es escribir sin pensar, vomitar todas las palabras que se crucen por la
mente en un segundo, soltarlas a bocajarro, que salgan a borbotones, que no dé
tiempo a escribir todo lo que está rondando por la cabeza en este instante
solitario, llegados a ese punto del desastre y a esas alturas del insomnio.
Que lo mejor
es cantar sin tener ni puta idea de la letra, desgañitarse y gritarla a pleno
pulmón tomando una ducha fría, helada, congelada, de esas que hasta los huesos
se quedan como témpanos de hielo. De esas duchas que devuelven la vida, de las que
dejan como nuevo.
Que lo mejor
es quemarse la punta de la lengua con ese café ardiendo porque llevas prisa,
porque has quedado, porque los nervios se han instalado en forma de nudo en la
garganta y entiendes por qué dicen eso de que miles de mariposas revolotean sin
cansancio en el centro de tu estómago.
Y puede que no
nos lleguemos a quemar con el café todos los días, pero sí con cada recuerdo.
<<Y es que cuando uno sacude el cajón de los recuerdos, son los recuerdos
los que terminan sacudiéndolo a uno…>>, Andrés Castuera-Micher.