Así fue como
te convertiste en mi otoño.
Las hojarascas secas revoloteaban a mi alrededor.
Tú eras una
más pero no una cualquiera.
Querías volar libre, y lo hiciste. Eras esa hoja
rebelde que tarda en secarse pero que vuela y se aleja lentamente, en silencio
y dejando un rastro sordo.
Y yo, sin
darme cuenta de que una hoja de un árbol perenne se colaba para colocarse a mi
lado, a mis pies, esperando que la recogiera, dispuesta a consolarme y a la
espera de un invierno frío.
En medio de
la nada, como por arte de magia, ese trébol de cuatro hojas. Ese pequeño oasis
que te da la vida, que te renace, que te hace resurgir de las cenizas. En medio del caos, del desastre infinito, del
inmenso estropicio.
Quizás no
sea magia lo que necesito, ni siquiera suerte. Quizás sólo necesito ese
empujoncito. O una copa de más. O unos gritos de mi mejor amigo para hacerme
reaccionar.
Aún recuerdo
nuestro último beso, el adiós definitivo, el punto y final de un otoño
mediocre. Pero es un recuerdo difuminado por el paso del tiempo. Como un sueño
al despertar, como los primeros años de la infancia, como ver a través de un
vaso de cristal.
<<Estábamos, estamos, estaremos
juntos. A pedazos, a ratos, a párpados, a sueños>>, Mario Benedetti.